• 23 diciembre, 2024 16:09

Por qué Jesús tuvo éxito y otros mesías de su época se quedaron en el camino

Dic 23, 2024

La celebración de la Navidad se acerca y lleva a mucha gente a preguntarse por qué Jesús tuvo éxito como mesías, mientras que otras personas que se proclamaban hijos de Dios en su época quedaron en el camino.

Para pensar esto hay que entender que distintos factores hacían a Judea, la región donde nació Jesús, un territorio fértil para iluminados e individuos que se sentían portadores del mensaje divino. Uno de ellos era el sometimiento del territorio a la autoridad romana, que permitía a los habitantes autogobernarse, pero siendo vasallos del imperio y aportándole cuantiosos tributos. Como explica a la BBC el teólogo Paulo Nogueira, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Campinas (PUC-Campinas): “Había una profunda percepción de esa dominación, que generaba la búsqueda desesperada de alternativas y soluciones”.

El sometimiento del pueblo judío, uno de los que habitaba el territorio, los conectaba con sus textos divinos, que advertían un regreso nacional a la gloria en la persona de un mesías que les haría recuperar la tierra prometida. Una profecía contenida en el Antiguo Testamento, dentro del libro de Miqueas, precisa que esta figura debía nacer en la ciudad de Belén, donde según la tradición había nacido el rey David “Más tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será gobernante en Israel; y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad”.

Es decir, que existía un lugar vacante para un salvador, que debía ser llenado con fe. Una frase conocida suele decir que, en la época del nacimiento de Jesús, la resistencia al imperio romano la expresaban bandidos, profetas y mesías. Mientras que los primeros socavaban la autoridad imperial a través de actos de pillaje, los profetas eran aquellos que anunciaban la llegada de un salvador, del cual se ponían por abajo. Por último, los mesías eran quienes decían corporizar este advenimiento.

Algunos de los otros mesías que antecedieron a Cristo

Uno de los que “preparó el camino” para la llegada de Jesús, y que fue adorado de la misma manera por muchos, fue Juan el Bautista, de quien el evangelio según San Mateo dice que “llegó al desierto de Judea y comenzó a predicar. Su mensaje era el siguiente: ‘Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca’”.

El texto sagrado también señala que “el profeta Isaías se refería a Juan cuando dijo: ’Es una voz que clama en el desierto: ‘Preparen el camino para la venida del Señor! ¡Ábranle camino!’”. Poco después, el Evangelio narra como “gente de Jerusalén, de toda Judea y de todo el valle del Jordán salía para ver y escuchar a Juan; y cuando confesaban sus pecados, él las bautizaba en el río Jordán”. De todas formas, el relato bíblico cuenta que Juan asumió la condición de profeta, pues se encomendó a Jesús al momento de bautizarlo.

Otro de los que fue adorado como un mesías por alguno fue Apolonio de Tiana, que según los reportes de la época realizó milagros y sanaciones en el templo de Asclepio en Egas, ubicada en la actual Turquía. La leyenda de su nacimiento, escrita por el sofista griego Filóstrato de Atenas en 238 D.C, señala que cuando su madre estaba embarazada, un ser divino se le apareció para decirle que su hijo sería de su misma sustancia. Las similitudes con la historia de Cristo alcanzaron tal grado de polémica, que en 331 d.C el emperador romano Constantino, que hacia el final de su vida adoptaría el culto cristiano, mandó a destruir el templo donde había predicado Apolonio.

Por qué Jesús triunfó cuando otros profetas fracasaron

Aunque las razones íntimas acerca de por qué un culto se populariza más que otro son misteriosas e inabarcables, hay algunas claves que permiten entender por qué la religión de Jesús prosperó donde otras perecieron.

Uno de los factores que ayudó a la difusión del mensaje de Jesús fue su universalidad. Mientras que otros profetas y Mesías buscaban un nuevo orden dentro del mundo judío, Jesús dio un paso más allá al pregonar la llegada del “Reino de los cielos” a todo aquel que estuviera dispuesto a recibirlo.

Pero este mensaje no habría sido tan conocido sin la escritura de los evangelios, realizada en griego, donde ese nombre significa “la buena nueva”, como se llamaba al mensaje de quien a través de este texto pasaría a ser llamado Cristo, que en griego significa “ungido”. Este idioma era el de la gente culta en la Antigüedad, y así se consiguió que más personas pudieran familiarizarse con la nueva religión lejos de Judea. En este sentido, la visita en el día de su nacimiento de los Reyes Magos, que no eran judíos, narrada por el texto sagrado, es tomado como la representación de la amplitud que pretendía desde el origen su culto.

Pero el trabajo para la difusión de su palabra fuera de Judea tampoco hubiera sido posible sin la ayuda de numerosos conversos griegos, que pasaron a ser el primer pueblo occidental en el que se asentó el cristianismo. Pablo de Tarso, un ciudadano romano de origen judío que no había conocido a Jesús, buscó convertir personas a la nueva religión al decir que no se precisaban seguir los ritos judíos para pertenecer a ella. Por eso, fue conocido como el “santo de los gentiles”.

Así inauguró comunidades fieles al evangelio en ciudades griegas como Corinto, Éfeso, Antioquía, Chipre y Macedonia, de las que a su vez salieron cientos de creyentes, que empezaron a filtrar la palabra de Cristo en todos los confines del imperio romano. El destino de Pablo, que fue decapitado por Nerón en el año 67, fue el de muchos de sus correligionarios: los primeros siglos del cristianismo estuvieron atravesados por las persecuciones y los martirios.

Sin embargo, la respuesta de los cristianos fue buscar este castigo, ya que lo emparejaban con el sufrimiento al que había sido sometido Jesús en la cruz. De esta forma, muchos se autodenunciaban para ser martirizados y alcanzar el paraíso. Es posible que esta actitud haya tenido un impacto poderoso en los romanos, que poco a poco empezaron a adoptar el culto en secreto. El 27 de febrero del año 380, el edicto de Tesalónica convertía al culto cristiano en la religión oficial del Imperio romano, perpetuando su universalidad por los siglos.

​Las predicaciones de quien es adorado como el hijo de Dios por los cristianos se impusieron en un tiempo donde muchos se presentaban como figuras divinas  LA NACION

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