La historia que cambió los paradigmas de la decoración navideña en nuestro país comenzó en el Gran Chaco en 1983, cuando una familia de apellido Götz adquirió tierras en Presidente Yrigoyen, Formosa, como inversión.
Eran 20.000 hectáreas de campo casi virgen. No había viviendas para el personal ni instalaciones para trabajar, por lo que decidieron instalar una ladrillería, un aserradero y una carpintería para comenzar a fabricar ellos mismos los materiales que usarían para las futuras construcciones.
En el camino se tropezaron con un inconveniente: no había trabajo para las esposas de los operarios y, para resolverlo, se les ocurrió crear un vivero para cultivar plantas nativas de la región. El emprendimiento femenino fue todo un éxito y decidieron buscar un lugar en Buenos Aires para vender la producción del vivero. Se instalaron en una casona antigua sobre Avenida del Libertador, en Olivos, que llamaron Alparamis, donde crearon un verdadero oasis verde en la ciudad con los cultivos que provenían de Formosa.
Una reserva de plantas nativas
Las plantas ya formaban parte de la tradición familiar de los Götz. La familia fue pionera al destinar parte de sus tierras del Gran Chaco a la conservación de la flora y fauna nativas. Crearon una reserva natural llamada El Bagual, que hoy alberga más de 550 especies de animales y 560 especies de plantas y es un atractivo turístico y un sitio de interés para naturalistas.
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Por eso a nadie le sorprendió la creación del vivero en Olivos, donde los visitantes podían relajarse, disfrutar de la naturaleza, recorrer sus jardines o tomar un té con delicias de Europa del Norte en una casona que tenía por slogan: “Lo importante es la belleza interior”.
De vivero a aldea navideña
En sus comienzos, el vivero no mostraba señales de convertirse en el emblema navideño que es hoy Alparamis.
El giro para subirse al podio de las tiendas de decoración navideña incluyó una dosis de azar y otra de estafa que la familia supo convertir en oportunidad: el vivero había recibido un encargo de 1.000 pinos, pero la compra finalmente no se concretó. Para salir del problema y, debido a la falta de espacio, decidieron colocarlos en la calle en vísperas de Navidad y decorarlos con adornos y moños navideños.
Para sorpresa de todos, los clientes comenzaron a acercarse ya no atraídos solamente por los pinos, sino también por los improvisados adornos navideños. Ese momento de magia y creatividad para salir de la crisis fue el punto de partida para incorporar la decoración a la oferta de Alparamis: el vivero fue transformándose en un espacio donde la decoración navideña crecía de manera imparable para poder darle una respuesta a la demanda de los clientes.
Un año, durante la semana de Pascuas, se les ocurrió convocar a un cuentacuentos. Sus historias gustaron tanto que volvió al año siguiente y conquistó tanto a chicos como a grandes. Así fue como, al poco tiempo, nació el Teatro Mágico Alparamis, que desde hace más de veinte años pone en escena espectáculos para toda la familia.
La magia, siempre presente
Muchas cosas mágicas pasaron en la tienda desde aquel encargo frustrado de pinos que condujo a la marca por nuevos caminos: el techo pintado con estrellas, los cuentos, las áreas de juegos para que los niños disfrutaran mientras sus padres visitaban la tienda, el teatro con obras a beneficio y, sobre todo, la magia de la Navidad.
Cada año, Papá Noel hace su visita oficial a la tienda y convoca a miles de familias frente al local, donde los niños pueden entregarle sus cartas, sacarse fotos y participar de un desfile que revoluciona el barrio de Olivos.
Hoy, Alparamis ya dejó atrás su origen como vivero y celebra las tradiciones que unen, emocionan y graban en la memoria recuerdos inolvidables.
Una dosis de magia y otra de creatividad los ayudó a salir de una crisis y fue el punto de partida para convertirse en un centro de decoración navideña LA NACION